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Los jugos de frutas y los niños



Frecuentemente escucho a padres decir: “antes comía vegetales pero ya no”, “antes le gustaban las frutas frescas pero ya no”, “ya no come de todo como cuando era más pequeño”. Luego de escuchar esto les pregunto, ¿consume jugos? Las respuestas siempre van desde “sí”, “si pero solo jugos 100% natural”, “si pero pocos”, “en casa no pero en casa de la abuela sí”, “en casa no pero en la tiendita cerca de la escuela si”. Resulta que una vez los niños prueban alimentos o bebidas con alto consumo de azúcar como los jugos, es complicado dar vuelta a atrás. Veamos.


La Academia Americana de Pediatría (AAP) nos advierte que el jugo de frutas puede convertirse en un problema porque es fácilmente consumido en exceso por los niños pequeños que disfrutan el sabor dulce, y los padres generalmente no establecen límites porque el jugo a menudo se considera nutritivo. En este caso los niños se acostumbran al sabor dulce del jugo de frutas, comparado con el sabor menos dulce de algunas frutas frescas o de otros alimentos como los vegetales, por lo que dejan de consumirlos o los rechazan cuando se les ofrecen.


El consumo de jugo de frutas se asocia con un mayor riesgo de diabetes tipo 2, pero comer la fruta fresca reduce el riesgo de diabetes. Comer manzanas frescas reduce el colesterol, pero el jugo de manzana no. El consumo de jugos de fruta en la infancia se asocia con una mayor obesidad, pero comer la misma fruta fresca no. Esto es porque los jugos de frutas contienen más azúcar y menos o nada de fibra.


Durante años, los padres vieron el jugo de frutas como una forma “saludable” de añadir a la dieta de sus hijos más vitaminas y minerales. La realidad es, que cuando se elimina la fibra de la fruta para crear jugo, nos queda un producto parecido a un refresco o soda. La respuesta de esta azúcar en la sangre del cuerpo imita la de un refresco, y puede haber consecuencias si el producto se consume con demasiada frecuencia y en altas cantidades.


Las nuevas recomendaciones indican que el jugo de frutas NO debe ofrecerse a infantes menores de 1 año (a menos que lo recomiende el pediatra) ya que no es necesario para complementar la leche materna o la fórmula infantil preparada. La AAP aconseja NO dar jugos antes de introducir alimentos sólidos en la dieta del infante para garantizar que reciba todos los nutrientes necesarios de la leche materna o la fórmula que no se pueden reemplazar por jugos.


La AAP también aconseja a los padres que reduzcan la cantidad de jugos de frutas 100% que se les ofrece a los niños mayores de 1 año. El tamaño de las porciones diarias debe limitarse a 4 onzas de jugo para niños de 1 a 3 años, 4-6 onzas para niños de 4 a 6 años y 8 onzas para niños de 7 años en adelante. También es importante evitar dar jugo en una botella, biberón o vaso cubierto portátil (sippy cup), optando por un vaso abierto para reducir la cantidad de tiempo que los dientes están expuestos a los carbohidratos en el jugo, lo que puede provocar caries.


También la AAP enfatiza la importancia de proporcionar frutas frescas a los niños, recordando que se recomienda proporcionar de 2 a 2 ½ tazas de fruta al día. De estas, no se deben reemplazar más de 1 taza por jugo de frutas 100%. La AAP también advierte que reemplazar la ingesta de frutas recomendadas por jugos no promueve en los niños el establecimiento de hábitos saludables a la hora de comer.


Cuando me preguntan, ¿cuándo se les puede ofrecer jugos de frutas a los niños?, mi respuesta es NUNCA. Mejor ofrézcale las frutas frescas. Los infantes pueden consumir puré de frutas. Los niños mayores necesitan la fibra de las frutas frescas para mantener una buena salud gastrointestinal. Los padres deben animar a los niños a consumir las frutas frescas y depender del agua como fuente principal de hidratación. La fibra ayuda a retrasar la digestión y hace que la persona se sienta más llena por más tiempo, por lo que la fruta fresca es una mejor opción que el jugo de frutas en muchos sentidos, como por ejemplo, mantener un peso saludable, lo que ayuda a disminuir el riesgo de padecer condiciones de salud crónicas durante su adolescencia o durante su adultez.



 
 
 

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